Prohibido maltratar a los mayores

Por Claudio Romero, Legislador por Vamos Juntos y ex Secretario de Tercera Edad de la Ciudad de Buenos Aires
 
El maltrato a los adultos mayores se diferencia del abuso porque implica violencia. El maltrato está cargado de connotaciones negativas. Nadie habla del maltrato, especialmente la víctima. A veces no se lo reconoce o se evita hablar de él para autoconvencerse de que no existe.
 
El maltrato a los ancianos es un asunto grave que recibe poca atención en general desde los organismos oficiales. En la ciudad de Buenos Aires, cuando conducía la Secretaría de la Tercera Edad, habilitamos dos lugares anónimos específicamente para albergar a ancianos maltratados, donde eran asistidos desde el punto de vista médico y también desde el legal. 
 
Más de mil ancianos fueron asistidos en 2017 por convivir en un entorno agresivo y abusivo. Otros fueron llevados a dispositivos anónimos para ser protegidos durante meses hasta que encontramos el mejor camino para su reintegración al medio familiar y social.
 
Los prejuicios respecto del maltrato irán desapareciendo en la medida en que la sociedad tome conciencia de la necesidad de reaccionar frente a la violencia cotidiana. Actualmente, la propia víctima, un familiar, un vecino o amigo, ya se animan a denunciar en las comisarías o los organismos de asistencia social. Pedir auxilio es el paso principal. La detección precoz del maltrato, su diagnóstico, el tratamiento, la preservación de la víctima y la concientización de la sociedad son aristas del mismo problema. Las alertas tempranas salvan vidas de ancianos golpeados y maltratados hasta más allá del límite humano.
 
En la década de los ochenta, países desarrollados como Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá comenzaron a focalizar en el maltrato a los ancianos, a comprobar que ese flagelo existía más de lo imaginado, y a tomar medidas. En esos países es normal que los ancianos se alojen en geriátricos y es allí donde se encuentran las mayores probabilidades de sufrir maltrato por parte de los cuidadores. En sus propios hogares también es posible que lo sufran por parte de cónyuges, hijos o nietos.
 
 

La extrema dependencia

Uno de los factores que conduce al maltrato es la extrema dependencia de la víctima respecto de quien la cuida. Éste se convierte en agresor porque se instala una situación de poder y dominación. Aunque el estrés del trabajo incida en el cuidado, es inaceptable que ello ocurra. 
 
Por esa razón, en la ciudad de Buenos los asistentes gerontológicos domiciliarios y hospitalarios reciben una formación previa y están inscriptos en un registro especial. No cualquier persona puede realizar esa tarea por demasiado tiempo y la personalidad es un factor fundamental para dedicarse al cuidado de un mayor, pues el desequilibrio desproporcionado de la dependencia puede convertirse en un factor potencial de riesgo. Los familiares del adulto mayor que requiere de un o una cuidadora pueden recurrir a ese registro para encomendar la asistencia al familiar.
 

Tipos de maltrato

 
El maltrato puede ser: 1) físico, cuando se causa daño o dolor físico, abuso sexual o agresión física. 2) psicológico, si se infringe angustia mental y miedo. 3) negligencia activa, si se verifica rechazo o incumplimiento de las obligaciones en los cuidados, es decir, abandono de la persona.
 
Distintos estudios sobre esas acciones revelan que los mayores más vulnerables y proclives a sufrir maltratos son quienes manifiestan también dificultades para comunicarse, están discapacitados, padecen demencia senil o enfermedad de Parkinson. También lo son las mujeres mayores de 75 años, sin ocupación, con impedimentos funcionales, solitarias y amedrentadas, que viven en la casa con uno de sus hijos adultos.
 
Los maltratos provienen a veces de personas que consumen alcohol. Los cuidadores que admitieron haber maltratado física o verbalmente a ancianos manifestaron tener depresiones y, a raíz de ellas, se volcaron al alcohol. La comunicación entre el agresor y la víctima en esos casos suele ser pobre.
 
Es importante reconocer que el cuidado del enfermo adulto mayor requiere de un esfuerzo que no todos pueden hacer para trasparentar el rol. La ausencia de sus características esenciales recomienda el reemplazo del cuidador antes de que la afectación conduzca al maltrato, que se da primero en forma verbal, luego de modo manipulador y finalmente con manifestaciones de agresión física. La observación de parientes y personas cercanas al enfermo debe ser permanente.
 
Las manipulaciones suelen ser frecuentes y generalmente apuntan a predisponer al enfermo en contra de los familiares. La delegación de la administración del dinero de la jubilación en el cuidador, sin otro control externo, no es recomendable. 
 
Cuando el cuidador ya no siente empatía con el trabajo ni con el anciano, ha cumplido una etapa y el recambio es lo más recomendable. En esos casos, el adulto mayor puede percibir la necesidad y avisar. En otros, los ancianos suelen aferrarse a la dependencia y callar, rechazando la suplencia por creerse abandonados. La resolución de ese conflicto siempre surge desde la comunicación amorosa y la explicación de las razones, por más dolorosas que parezcan.
 

Violencia doméstica

 
Cualquier cambio en las costumbres de la vida familiar ejerce un efecto que conmueve a las personas mayores. La simple modificación del hábitat personal, ya sea por mudanzas o transformaciones dentro de la casa -como el cambio de cuarto o las grandes refacciones- influye en el sentimiento de inseguridad y de confort. La llegada de nuevos habitantes al hogar también puede provocar el trastorno de su paz interior cuando el ingreso se produce sin una consulta previa. Las irrupciones sorpresivas suelen traer consecuencias para su ánimo.
 
La armonía en el hogar es sumamente importante para la estabilidad del anciano pues es él quien siente más que ningún otro miembro de la familia las intrusiones en su espacio personal y en las cosas de su propiedad. Sin embargo una persona nueva también puede aportar con su talante al bienestar del mayor y toda la familia. En cambio, las figuras indiferentes, desentendidas de la problemática de la vejez y particularmente egoístas alimentan el malestar y la incomodidad cotidiana. 
 
La indiferencia y el egoísmo son máscaras del maltrato psicológico y tienen el mismo efecto que la agresión verbal y física. Evitar el encuentro con el mayor durante las comidas, eludir las conversaciones amables, despreocuparse del estado de ánimo del mayor, es hacerlo sentir un estorbo.
 
Tan contraproducente es establecer una relación de poder con el anciano como ignorar los lazos o relativizar la relación, sobre todo cuando son sanguíneos. Al cuidador contratado se lo puede remplazar cuantas veces sea necesario, al pariente consanguíneo no. Tampoco es recomendable el pariente cuando siente que “tiene la obligación” de hacerse cargo de la situación. El sentido de obligación cambia la visión del cuidado correcto, transforma la tarea en un esfuerzo en lugar de un acto de amor.
 
Cuidar de un adulto mayor de más de 90 años es, sin duda, arduo. La distinción entre víctima y agresor a veces se vuelve confusa. El cuidador puede sentirse manipulado y esclavizado tanto como el adulto mayor. La cotidianeidad y el vínculo estrecho agotan los ánimos. También puede ocurrir que el cuidador se sienta limitado por la voluntad del adulto mayor. La solución es el remplazo por otra figura que mantenga una distancia razonable con la emocionalidad que la tarea insume.
 
Es necesario hacer aquí una salvedad: existen situaciones ambiguas en las que acciones y omisiones se entremezclan y en las que los propios ancianos pueden estar involucrados. El debate circula, de acuerdo a algunos especialistas, entre ancianos “inocentes” y familias “malas”. Cada cuadro familiar es único y merece un diagnóstico particular.
 
La privación de las relaciones sociales del anciano recluido en su hogar tensa aún más su carácter, aumenta el desánimo y la tristeza, producto del aislamiento. Son necesarios los esfuerzos para que sus lazos personales de amistad no se corten, o se renueven de alguna forma. 
 
Los conflictos familiares para el adulto mayor son inapropiados. En la convivencia el mayor debe ser excluido de las confrontaciones. Lo ideal es evitar las discusiones en su presencia -particularmente las económicas que lo involucran- para evitar que se altere y agrave su condición física y psicológica. Ellas le generan una culpa innecesaria, debilitan su voluntad y promueven la desazón sobre el sentido de la existencia.
 
Los alojamientos de los mayores en las residencias geriátricas son una solución aceptable para estos pacientes. En los últimos años se han conformado casas residenciales para ancianos donde se extreman los cuidados y favorecen una vida de buena calidad y entretenimientos variados. Los miembros de la familia suelen confrontar criterios acerca de la internación cuando en realidad esa puede ser la solución para todos. Los sentimientos de culpa se enfrentan con los de la razonabilidad y la comodidad.
 
En realidad, la consulta al adulto mayor es indispensable antes de tomar la decisión para evitar que se sienta manipulado o engañado. Los períodos de prueba son indispensables, tanto como la búsqueda de la residencia que más le guste, siempre que los recursos económicos lo permitan.
 
Frente a esa solución, creer que los maltratos desaparecen es un error. Es probable que en esos centros geriátricos se verifique alguna de las formas de maltrato detalladas con anterioridad. Pero existen controles institucionales que los abordan de inmediato. Sin embargo, la observación atenta de los familiares debe mantenerse durante las visitas, que requieren ser asiduas.
 
Entre las cuestiones a tener en cuenta figuran la atención asistencial, el trato personal como adulto mayor, la alimentación, la higienización corriente, la movilización diaria para evitar el sedentarismo, el tipo de entretenimientos programados, la socialización dentro de la residencia, la humanización del contacto de los profesionales y enfermeros con el anciano. De los diálogos persistentes con el mayor surgirá información, si los hay, de los maltratos verbales, físicos o de indiferencia, los faltantes en sus pertenencias, la calidad de la comida, la periodicidad de las visitas médicas y la capacidad de las guardias de urgencia nocturnas.